Blog sobre reflexiones personales, fotografía y música independiente.

domingo, 13 de abril de 2008

Un sueño Kafkiano. El día en que me convertí en una especie de hormiga

Ilustración de Luis Scafati para La Metamorfosis de Kafka

A menudo, al despertar, me sentía llena de energía, con ganas de pelear y de comerme el mundo. Después de una ducha rápida acompañada de música enérgica, ponía el café en el microondas y me vestía rápidamente. La hora del desayuno era un ligero instante de felicidad, un ritual que hacía que se detuviese el tiempo.

Las noticias del telediario, a primera hora de la mañana, no solían decir nada nuevo. Toda la información era prácticamente resesa, del día anterior. Sólo sucesos como un atentado terrorista o un cambio en el gobierno anunciaban una nueva jornada, pero los titulares eran los de siempre... Al salir a la calle conectaba mi reproductor de música y me sumergía nuevamente en mis pensamientos.

Ese día, segundos antes de llegar al metro, empecé a empequeñecer y disminuir de tamaño, como la metamorfosis que experimentaba Gregorio Samsa, en La Metamorfosis de Kafka. Las personas que pasaban a mi alrededor no se detenían, pero se fijaban en mí desconcertados, incluso asustados. ¡No daban crédito a lo que estaban viendo! Una persona que se encogía y disminuía de tamaño.

No sabía muy bien por qué razón. Mi corazón, lejos de tranquilizarse, empezaba a bombear cada vez con más fuerza, más rápido ¡tu-tum, tu-tum, tu-tum! En cuestión de segundos me convertí en un ser muy diminuto, similar a una hormiga. Pero, qué había ocurrido?, cómo era posible que aquello pudiera estar sucediendo? Sentí un dolor intenso en el pecho.

Pensé que era una alucinación, que estaba enferma y que tenía fiebre, mucha fiebre. Me sentía débil, sin fuerzas. Cerré fuertemente los ojos y los volví a abrir poco después. Miré a un lado y otro: no veía más que figuras humanas que multiplicaban por mil mi tamaño. Sus pisadas toscas retumbaban en mis oídos como el rugir de una tiza al dejar su huella en un encerado o como un trueno que expande su sonido después de caer un rayo. Sentí angustia, miedo y desesperación. Empecé a titiritar de frío. Cerré los ojos y grité…

Me desperté. Amanecí empapada de sudor. Mi cuarto estaba oscuro. Eran las 7.45 de la mañana. Fui al baño, me lavé la cara, abrí el grifo y me dirigí a la cocina, puse el café en el microondas. Minutos más tarde, de nuevo, estaba sola desayunando en el salón de casa y escuchando las noticias en el telediario…