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miércoles, 7 de diciembre de 2011

Diálogos en la de "Juan"

Esta tarde conocí a María en el chino, en la de "Juan". Juan Wuan, que tiene un hijo que se llama Luis Wuan y una hija que se llama Eva, como su mujer, también china. Todos chinos.

Su aspecto exótico y su carácter afable hacen que los vecinos busquemos cualquier escusa para darnos un rodeo por su tienda de ultramarinos, que no tiene nombre, pero que la hemos bautizado con el nombre de "Juan". Allí nos encontramos como en casa.

Poco después de salir del trabajo suena el teléfono móvil y cojo la llamada. -¿Dónde estás?-. Cerca de la "Juan", respondo. ¿Hay leche en casa?, ¿quieres un refresco?, añado. -Bueno, si quieres traer algo, ya sabes-. Cuelgo y guardo el teléfono en el bolso de piel marrón, regalo de mi madre, que llevo siempre como amuleto.

Llego a la "Juan". -¡Hola, Juan!, ¿qué tal el día?-, pregunto nada más entrar en la tienda. -Bien, como siempre-, me indica como todos los días, a la misma hora, alrededor de las 20.00 horas. A continuación, escucho la voz de María, una chica que todavía no conozco, pero con la que minutos más tarde entablo una agradable conversación.

María parece dicharachera a simple vista, de aspecto agradable, con una bonita sonrisa. -Sí, pues en el hotel están las cosas que no veas. Todavía tenemos entradas para ver el partido del Madrid-Barça, un clásico del fútbol que nunca deja indiferente a nadie, ni a los futboleros, ni a los que no lo son, pero todavía tenemos pases para el estadio, a falta de una semana para el encuentro-, comenta a un conocido del barrio que se posa sobre el mostrador como un elemento más de la tienda.

Sin querer-queriendo interrumpo la conversación de María con este hombre, de aspecto brasileño. -Perdona, corto la conversación. ¿Tienes entradas para el partido?-, le suelto. María me mira de reojo y cambia el rumbo de su otra charla y me responde -No. Yo no tengo, pero las vendemos en el hotel en el que trabajo-.   Y añade, -son para los clientes. Pero, si quieres puedo conseguirte unas por 300 euros-. ¿Qué barbaridad?, pienso sin decir nada y añado, -entonces, déjalo. Sólo preguntaba por curiosidad-. Y me voy hacia el fondo del ultramarinos del barrio.

Se inició así una bonita charla, de esas que buscas y no encuentras, y cuando realmente no las buscas aparecen. María tendrá la misma edad que yo, cerca de 30 años. Trabaja en un céntrico hotel para la "high business", dice ella. A raíz del fútbol empezamos a entablar un conversación muy interesante, de las que enganchan. -Sí, en el hotel cada vez tenemos más clientes con un poder adquisitivo elevado, que no suelen ser de aquí. La crisis está azotando los bolsillos de las familias españolas de clase media-.

-Tengo una hermana soltera-, continúa María. -¿Sabes por qué no se casa?-, me suelta a bocajarro, como si me conociera de toda la vida. -Porque entonces dejaría de percibir las ayudas que hay para madres solteras, que son bastante superiores a las que existen para parejas casadas-. Lógico, pienso yo.

De nuestra conversación salieron a flote diversos temas. El movimiento 15-M, que tampoco nos llegó a conmover. Ambas pensamos que las formas fueron las adecuadas, pero el fondo, el contenido, se desinfló, se quedó en nada.¿Cómo es posible que con la que está cayendo la gente se ponga a debatir si necesitan farolas o no en su barrio? Señores, no. Lo que está en juego es la democracia, que no lo es y lo sabemos. Democracia. ¿De qué? Si la alternativa es el mismo zorro con diferente disfraz. Los que tenemos la "fortuna" de vivir en "países desarrollados" tenemos que proteger nuestros derechos, que con tanto ahínco lucharon por ellos nuestros antepasados. ¿Por qué somos tan hipócritas? Siempre he creído, en el fondo, que el ser humano, por naturaleza, quizás es un poco "cabrón". Y no digo "cabrón" de guasa, sino cabrón de verdad.

En el barrio tienen una tienda de ultramarinos. A veces se convierte en el punto de encuentro de los vecinos de Santo Domingo, un barrio del centro de Madrid. Allí van los paisanos a buscar un poco de charla, de chachareta, de conversación, porque en un lugar como éste, a veces, es dificil intercambiar palabras u opiniones.

Tengo que reconocer que todo empezó por una tontería: unas entradas para ver el Madrid-Barça. Si con la que está cayendo fuese lo único que te distrajera de la cruda realidad. La de salir tarde del trabajo y de saber si al día siguiente vas a volver... o no.

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