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sábado, 2 de julio de 2011

¿Qué podemos encontrar debajo de una alfombra?

Debajo de una alfombra había un agujero. El agujero comunicaba con una especie de panal de abejas, pero no eran abejas, sino pequeñas celdas que guardaban emociones de todo tipo. Esas emociones que no queremos mostrar, porque no nos gustan. Esas que aparecen cuando uno las cree controlar y sin embargo, las escupimos con bastante facilidad y poca resistencia. Esas que nos avergüenzan, y se quedan en nuestro recuerdo, y nunca se van o desaparecen. 

Las heridas emocionales son como tatuajes sobre la piel. Uno las/los ve, piensa, y nuestra mente empieza a imaginar y recrear la escena que nos atormenta. Primero, el momento en el que sucedió (el día, la hora aproximada, el lugar, las personas, los movimientos, los cambios bruscos) y después lo que hubiéremos hecho o cómo se desencadenó lo ocurrido. Cuando cerramos los ojos, millones de ensoñaciones nos golpean, no nos dejan dormir. Pero sí nos dejan observar, por una pequeña mirilla, las consecuencias de nuestras decisiones y de nuestros actos, sin poder modificarlos.

En las celdas también se encuentran aquellos miedos que no conseguimos superar. Nuestras inseguridades que nos hunden bajo el suelo y nos impiden crecer, volar. Pensar en un sueño agradable o recrearnos en una imagen bonita, como la del rostro sonriente de un niño que se ríe a carcajadas. Observamos aquellos miedos que nos limitan y con los que tenemos que luchar día a día, mes tras mes o año tras año.

Luchamos por vencer primero a nuestro Yo y luego a todo lo que nos envuelve como un manto suave de terciopelo. O como un baño relajante al final del día, con espuma y en silencio. En ese momento, el único sonido que escuchamos es el tintineo de las gotas al resbalar por el orificio del grifo (plac, plic, plac…). En esa lucha sin tregua, también vemos el reflejo de nuestra imagen, desnutrida por nuestras exigencias, que nunca colman nuestros deseos. El deseo de ser alguien distinto del que somos. El deseo de cambiar nuestras formas, cinceladas por nuestra herencia genética. Allí, en ese panal parecido al de las abejas, se encuentran nuestras emociones, escondidas en un agujero debajo de una alfombra.      

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